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2015/01/31

Pierres Albret de Nabarra y Ganuza

Pierres Albret de Nabarra y Ganuza
Iñigo Saldise Alda

Heráldica 1: escudo partido. 1º terciado en faja. De gules carbunclo cerrado y pomelado de oro que es de Nabarra. De oro dos vacas de gules puestas en palo, astadas, acollaradas y uñadas de azur que son del Bearno. Cuartelado en cruz 1 y 4 de azur tres flores de lis de oro puestas de dos y uno que trae de France, 2 y 3 de gules pleno que son de Albret. 2º de azur nueve torres de oro puestas en palo (uno, dos, uno, dos, uno, dos) que son de Ganuza.

Nació en Lizarra-Estella el año 1504. Fue hijo natural o bastardo del rey consorte Juan III de Nabarra y de María de Ganuza, también conocida como Catalina. A muy temprana edad comenzó su formación intelectual en el Estudio Municipal de dicha ciudad, iniciándose en los secretos de la lengua del Lazio o latín. Cuando poseía cierto dominio de la Gramática latina, el Reino de Nabarra fue invadido por las tropas españolas de Fernando II el falsario, por lo que su madre llamó a las puertas del monasterio de Santa María la Real de Iratxe pidiendo su admisión en la orden benedictina.

Debido a las consecuencias de la ocupación militar española y la posterior colonización en todos los ámbitos institucionales de las tierras nabarras bajo el yugo imperial, incluido el eclesiástico, en el año 1522 el monasterio fue ilegalmente reformado por mandato del emperador Carlos I de España y V de Alemania, pasando así a pertenecer a la Congregación de San Benito de Valladolid, siendo dicha unión ratificada finalmente el 25 de septiembre de 1531.

Esto obligó a Pierres Albret de Nabarra y Ganuza, a finalizar sus estudios de filosofía y teología en dos monasterios españoles; el monasterio castellano de San Pedro de Cardeña y el monasterio leonés Real de San Benito de Sahagun. Todo ello tras terminar el noviciado y profesar como religioso en el monasterio de Santa María la Real de Iratxe, bajo el nombre de Veremundo de Navarra.

Al finalizar sus estudios y con el nombre “castellanizado” de Pedro Labrit de Navarra, pasó a residir a la ciudad de Valladolid. Como religioso de la orden benedictina fue asiduo a la Corte española del emperador Carlos I de España y V de Alemania. Su residencia la fijó en la casa de María Flores de Lusa,  quien le proveyó de todo, así como le cedió sus cuatro o cinco criados. Su alto tren de vida llamó mucho la atención, ya que por esas fechas carecía de rentas personales. Además con esta mujer tuvo un hijo natural a finales del año 1539 o comienzos del año 1540. Dicho hijo fue legitimado por el emperador español y se llamó Juan Basilio de Labrit y Navarra.

Ya en el año 1540, Pedro Labrit de Nabarra retornó a Lizarra-Estella tras pasar por Herce de la Errioxa-Rioja. Residió en la ciudad nabarra a su madre, persona a la que fue a visitar, pero sin llegar a pisar el monasterio de Santa María la Real de Iratxe, ni siquiera para saludar a sus antiguos compañeros benedictinos que todavía permanecían en él. También cantó su primera misa en la parroquia de San Juan Bautista de la capital de Lizarraldea.

De vuelta a la ciudad de Valladolid frecuentó una academia literaria, la cual se reunía y celebraba sus tertulias en la casa del violento y sanguinario marqués del Valle de Oaxaca Hernán Cortés, tras volver éste de las campañas españolas que capitaneo al otro lado del Atlántico, contra el imperio Mexica y diversos pueblos nativos americanos.

En dichas reuniones coincidió y a la que concurrían el colector general de la Cámara Apostólica de España el nuncio Juan Poggio, el arzobispo de Cagliari Domingo Pastorello, el franciscano Domingo del Pico, el comendador mayor de Castilla Juan de Zúñiga, Juan de Vega, Francisco de Cervantes Salazar y otros altos personajes de la aristocracia y del clero. También se pudo encontrar en algunas ocasiones a dos hombres originariamente nabarros, uno agramontés y otro beaumontés, el marqués de Falces Antonio de Peralta y a Juan de Beaumont. En una de aquellos cenáculos Pedro Labrit de Navarra disertó sobre la disposición cristiana de la muerte, tema novedosos y de actualidad en aquellos años.

En el año 1541, Pedro Labrit de Navarra y Hernán Cortés, acompañaron al emperador Carlos I de España y V de Alemania en su expedición a Argel del imperio otomano, a modo de Guerra Santa contra el almirante otomano Khair Ben Eddyn Barbarroja. Para ello hicieron escala en la ciudad de Valencia, de donde se embarcaron primero y desembarcaron de vuelta tras la fracasada campaña, para regresar nuevamente a la ciudad de Valladolid. Pedro Labrit de Navarra volvió a residir a su posada en la casa de María Flores de Lusa.

Tras abandonar el benedictino estellés a María Flores de Lusa en el año 1544 con destino Rodez, municipio de la región del Langedoc pero perteneciente a la Corona de Nabarra, la española se quejó de que se había gastado con Pedro Labrit de Navarra todo lo que tenía, concretamente una suma que rondaba los 1.500 ducados.

Ya en Rodez acudió de forma asidua a la escuela humanista católica del cardenal George d’Armanhac, consejero de la reina consorte de Nabarra. El obispo de Rodez y administrador Apostólico de Vabres había conseguido el título de cardenal sacerdote de los Santos Juan y Pablo, tras varias peticiones al Papa Paulo III, realizadas por parte de la mismísima reina consorte de Nabarra, princesa de France, duquesa d’Aleçon y Berry, condesa de Armanhac, de Rodez, de la Perche y de la isla de Jourdain, Marguerite d’Angoulême.

Ya en el año 1545 acudió a la Corte del emperador Carlos I de España y V de Alemania como embajador y diplomático de su hermanastro o hermano de sangre, el rey Enrique II de Nabarra. En su agenda diplomática y política estaba únicamente entablar negociaciones con el emperador español para la devolución a los reyes de Nabarra de las tierras ocupadas ilegalmente por los españoles. Carlos I de España y V de Alemania reconoció implícitamente la solidez de la reclamación.

Pedro Labrit de Navarra como diplomático de Nabarra estuvo en Roma en el año 1546, donde conferenció con el embajador imperial español Juan de Vega, con el cual había coincidido como contertulio en Valladolid. Inconscientemente o tal vez no, informó al embajador español de las labores de reclutamiento y captación que se estaban realizando en nombre de su hermanastro el rey Enrique II de Nabarra por parte de los gentileshombres de Lizarra-Estella Juan de Iturmendi, Julián de Medrano y por el clérigo Tomás de Ubago, en todas las tierras ocupadas en el año 1521, en busca de un levantamiento nacional nabarro contra el invasor español. El embajador español, inmediatamente tras la reunión con Pedro Labrit de Navarra, puso dicha información en conocimiento de la Corte española, la cual permanecía desde la rendición nabarra en la Fortaleza de Hondarria-Fuenterrabia del año 1524, recelosa ante la posibilidad, más que supuesta real, de una nueva insurrección nabarra frente a la sojuzgadora dominación española.

Ese mismo año acudió a la Corte del emperador Carlos I de España y V de Alemania como embajador y diplomático de su hermanastro o hermano de sangre, el rey Enrique II de Nabarra. Su misión era conseguir, mediante la oratoria y la persuasión, llegar a llevar a efecto la devolución pacífica de las tierras ocupadas por los españoles, en una Nabarra donde los naturales eran sojuzgados a su yugo imperial y colonial. Pero los ministros españoles se posicionaron en contra, negando la legitimidad nabarra y falseando la historia, aconsejando al emperador Carlos I de España y V de Alemania que se negara a ello.

A finales del año 1548, durante un pequeño periodo de intervalo en su ocupación como diplomático del Reino de Nabarra-Bearno en la Corte del emperador español, fray Pedro Labrit de Navarra retornó a Lizarra-Estella para atender asuntos personales. En enero del año 1549 visitó el pueblo cercano de Iguzquiza en una visita de cortesía y de carácter personal, antes de volver a la Corte imperial española.

Tras esta pequeña pausa en su tierra natal, Pedro Labrit de Navarra volvió como diplomático nabarro a la Corte imperial de Carlos I de España y V de Alemania. La política familiar de los Habsburgo arrastró al embajador nabarro,  acompañando al emperador español y a su hijo el príncipe Felipe de Asturias y Gerona durante más de un año por Flandes y por Alemania, hasta llegar a la ciudad de Augsburgo.  Siempre que tuvo ocasión retomaba el tema de la ilegal retención militar de las tierras ocupadas por los españoles, teniendo como respuesta evasivas y excusas, siendo la más recurrente de todas ellas la que no era el momento apropiado de tratar el problema o conflicto nabarro. Por el contrario para apaciguar a Pedro Labrit de Navarra, el emperador español le concedió el priorato de la Real Colegiata de Santa María de Roncesvalles-Orreaga.

En el año 1451 acompañó al emperador Carlos I de España y V de Alemania a Innsbruck, desde pudo seguir los reanudados cenáculos del Concilio de Trento. Tras el inicio nuevamente del conflicto entre el Reino de España y los católicos alemanes tras un ataque combinado del Reino de France junto a los protestantes alemanes, huyo Pedro Labrit de Navarra junto al emperador español y su Corte, de Innsbruck a la ciudad de Villach, en la región de Kärten. Tras un largo periplo de huida, el embajador nabarro junto al emperador español y su Corte, llegaron a Flandes en el año 1553.

Pedro Labrit de Navarra permaneció como diplomático del Reino de Nabarra en la Corte del emperador español hasta mayo del año 1555. La muerte de su hermano de sangre el rey Enrique II de Nabarra-Bearno fue el motivo de su retorno a las tierras bajo soberanía nabarra. Tras participar en el enterramiento en la iglesia catedral de Lescar y en las exequias fúnebres de Enrique de Albret y Foix, rey de Nabarra, señor soberano de Bearno, copríncipe de Andorra, duque de Alençon y de Nemours, señor de Albret, conde de Foix, de Bigorra, de Armanhac, de Périgord, de Dreux, vizconde de Limòtges, de Marsan, de Tursan, de Gabardan, Nebouzan, de Tartas de Marenne y de Aillas, retomó a su labor diplomática yendo esta vez a Roma en nombre de la reina Juana III de Nabarra y de su marido el duque de Vendôme Antoine de Bourbon.

Hasta el año 1558 permaneció en Roma sin conseguir avance alguno ante el papa Paulo IV, en las legítimas reivindicaciones de los reyes de Nabarra. Decidió por tanto retornar al Reino de Nabarra, en la región de Aquitania, para evitar presenciar las desgracias que padecían los habitantes de la Ciudad Eterna. Pero los males que encontró al norte del Pirineo eran mayores que los de Roma. Lluvias torrenciales, pestilencias, hambruna, además de violentas revueltas que afectaban por igual a lo humano y a lo religioso, más concretamente esto último en lo relacionado con la inmortalidad del alma.

En la región cristina se topó con múltiples “herejías” instituidas en la tiranía y el libertinaje, que cundía incluso entre los eclesiásticos católicos. Pedro Labrit de Navarra no permaneció pasivo y salió en defensa de la inmortalidad del alma con una obra distribuida en nueve coloquios, basado en su conocimiento de las deduzcas efectivísimas existentes en la Filosofía natural, de los santos doctores católicos y que son ilustrados por las Sagradas Escrituras. Pero como los “profetas” heréticos que jamás quisieron admitir Escritura ni autoridad alguna, salvo razón natural, el benedictino de Lizarra-Estella, de forma inteligente, se situó en el mismo terreno.

Antoine I de Nabarra le envió en una nueva misión diplomática a Bruxelles-Brussell. Fue en el año 1559 y se presentó en la Corte del rey Felipe II de España con el pretexto de reivindicar sus derechos sobre el monasterio de Orreaga-Roncesvalles, del cual era legítimo prior. Tras esta escusa relacionada con sus negocios personales, se escondía el verdadero motivo de sus embajada, negociar la devolución de las tierras ocupadas por los españoles al Reino de Nabarra.

Felipe II de España rehusó reconocer a Pedro Labrit de Navarra  como titular del monasterio de Orreaga-Roncesvalles, esgrimiendo la excusa de que no habitaba en él. Algo imposible ya que el cargo estaba ocupado por el español Antonio Manrique, quien había sido nombrado por el emperador Carlos I de España y V de Alemania. Le propuso diversas compensaciones en reiteradas ocasiones, pero el rey de España nunca cumplió con su palabra.

El rey de los españoles demoró el tema de la restitución de lo “robado”, es decir, las tierras nabarras del sur del Pirineo ocupadas por los españoles tras continuadas invasiones violentas e ilegales. Felipe II de España aplazó la respuesta hasta su regreso a Toledo, sacando como una excusa muy maleada por la Casa de Habsburgo, que consistía en la necesidad de consultar el negocio con los ministros españoles.

Pedro de Labrit y Navarra acompaño al rey de los españoles a Toledo capital de España por aquellos años. Felipe II de España celebró Cortes y tras ellas nuevamente dio largas en lo relacionado con la cusa nabarra, todo un problema para los españoles, entreteniendo al diplomático nabarro con buenas palabras. La estancia del estellés en Toledo en España se prolongó varios meses, hasta que a finales de ese año, hasta que el duque de Vendôme y rey consorte de Nabarra lo llamó a Donibane Garazi para que le informara. Tras la obligada reunión, Antoine de Bourbon le entregó una carta para el rey de España. Antes de dirigirse nuevamente a la corte española, Pedro Labrit de Navarra hizo un alto en el camino, concretamente en su ciudad natal, Lizarra-Estella.

Felipe II de España encargó al virrey español de Navarra que lo vigilara estrechamente, que no lo perdiera nunca de vista en ningún momento, pues lo consideraba un personaje peligroso, un espía de cuidado. El duque de Alburquerque, algo extraño en él, procuró tranquilizar a su rey, comunicándole que Pedro Labrit de Navarra era incapaz de atentar contra la seguridad de los intereses españoles en la Navarra ocupada, pese a comunicarse con muchas personas, la mayoría legitimistas nabarros, de Lizarra-Estella, Iruinea-Pamplona junto a otras ciudades y poblaciones que sufrían el sometimiento militar español.

Mientras el embajador de Nabarra estaba en la Navarra ocupada, el español Pedro Fernández de Gamboa requirió permiso obligado de su rey, Felipe II de España, para invadir la Nabarra libre. El principal objetivo militar español era secuestrar al rey de Nabarra y someter la ciudad de Baiona, para después entregarlos al rey de España. Pero fue descubierto por el propio Antoine de Bourbon, siendo el español ejecutado en mayo de 1560. Los ministros de España, ignorando las intenciones conocidas por su rey y declaraciones escritas del propio Gamboa, se quejaron Pedro Labrit de Navarra, que ya se encontraba por entonces en Valladolid, de la conducta del rey de Nabarra. Para ellos, en sus acostumbradas ideas falsarias, aquel acto de justicia llevado a cabo por los nabarros, constituyó una fragrante violación de la inmunidad diplomática.

Felipe II de España, de forma oportunista y buscando con ello esconder su implicación en el asunto del secuestro del rey de Nabarra, aprovechó la ocasión para expulsar al embajador Pedro Labrit de Navarra de la Corte española. En junio del mismo año puso en sus manos, por medio del secretario Cortavilla, una carta para los reyes de Nabarra, Juana de Albret y Antoine de Bourbon, la cual fue redactada de víspera en pleno extraordinario del Consejo Real de España, donde no dio el monarca español ninguna solución al problema de la restitución de las tierras ocupadas por los españoles al Estado nabarro. Incluso el rey Felipe II de España negó el tratamiento de soberanos a los reyes de Nabarra.

Antes de partir con destino al Reino de Nabarra-Bearno, Pedro Labrit de Navarra presentó ante el rey español Felipe II, nuevas reclamaciones sobre la causa legitimista nabarra, denunciando incluso las represalias tomadas por los soldados españoles del virrey de Navarra contra los legitimistas nabarros en Iruinea-Pamplona, tras la legal ejecución del español Pedro Fernández de Gamboa. El rey español se las demandó por escrito y por toda contestación se restringió a responder que entendería en dar a los Albret una compensación en sustitución de su trono, es decir, de las tierras ilegalmente ocupadas por los españoles y también por el título de rey-reina de Nabarra.

Tras estas superficiales palabras, que descaradamente ocultaban el propósito del rey Felipe II de España, que tenía la firme intención de no ceder un ápice en la cuestión nabarra, partió el embajador nabarro de la ciudad de Toledo en julio del año 1560, llegando unas semanas más tarde a Mas d'Agen, cerca de Nerac, donde se encontraba el duque de Vendôme y rey consorte de Nabarra Antoine de Bourbon, a quien entregó la carta del rey de España.

A partir de ese preciso instante las negociaciones estrategias y diplomáticas promovidas directamente con el gobierno español, acerca de la restitución de las tierras vasconas del sur del Pirineo, entraron en un punto muerto por la negativa española y sus falacias. Así los reyes de Nabarra dieron un viraje en su política diplomática para recobrar lo usurpado ilegalmente por el Reino de España, y buscaron entonces el apoyo de la curia romana. Nuevamente fue elegido para tan complicado como legítimo objetivo, fray Pedro Labrit de Navarra.

En agosto del año 1560, el estellés escribió al rey de España Felipe II, que él había sido elegido para rendir homenaje al nuevo papa Pío IV en nombre de los reyes de Nabarra. En la misma carta volvió a insistir en sus reclamaciones sobre el priorato de Orreaga-Roncesvalles. Para beneficio de sus pretensiones, adjuntó un certificado de los reyes de Nabarra, en el cual lo reconocían oficialmente como hijo bastardo del monarca Juan de Albret, abuelo de la reina titular de Nabarra, y de María de Ganuza, vecina de Lizarra-Estella.

En dicha reclamación y aun a sabiendas de que él era indiscutiblemente el legítimo prior de iure del monasterio de Orreaga-Roncesvalles, mostró su contento al rey de España con que se le permitiera apoderarse de ciertas posesiones que el monasterio poseía en la Tierra de Vascos,  que tenían un valor de mil ducados, o si esto no pareciese bien al rey Felipe II de España por ceder en perjuicio del priorato de Orreaga-Roncesvalles, pedía al monarca español el cumplimiento de la promesa  que tantas veces le había prometido, que constaba de una recompensa o merced acorde a sus legales pretensiones.

Felipe II de España le permitió coger ciertas cosas de las posesiones del monasterio de Orreaga-Roncesvalles en el Reino independiente de Nabarra, las cuales significaron una miseria comparado con lo que realmente le correspondía al capellán de Lizarra-Estella.

Pedro Labrit de Navarra llegó finalmente a la ciudad de Roma el 21 de noviembre del año 1560, siendo recibido a los cinco días por el papa Pio IV en audiencia privada. En ella le comunico al sumo pontífice lo siguiente:

“(…) del mal que algunos malvados herejes y sediciosos habían querido hacer a la reputación del rey y de la reina de Navarra, sirviéndose con falso título de su nombre para cubrir sus malvadas opiniones y perversa voluntad. (…)”

Pero el ministro y diplomático español Francisco de Vargas, tan pronto tuvo conocimiento de las pretensiones del embajador nabarro, trabajó con todos los medios que tuvo a su alcance para desbaratar las legítimas demandas nabarras.

Francisco de Vargas sostuvo que el rey de Navarra era el rey Felipe II de España, ya le había dado la obligada obediencia. El papa le contestó que era verdad, pero que se podría recibir la obediencia de Juana de Albret y Antoine de Bourbon sin perjuicio. Alguien intervino diciendo que no se podía negar que el duque de Vendôme poseía muchos territorios del Estado de Nabarra. El embajador español, de forma alterada, replicó que la privación hecha por Julio II afectaba a todo el Reino Pirenaico y que, como ya había prestado la obediencia debida al papa el rey Felipe II de España por Navarra, no era justo tomarla de otro.

Pio IV llamó al diplomático español para decirle que a causa de las “herejías” que corrían por Europa, convenía muy mucho recibir la obediencia de los duques de Vendôme. Además y en principio, la Iglesia Romana Católica y Apostólica no debía cerrar su gremio a los que vienen a ella, Pero como contrapartida le informó a Francisco de Vargas que se quitaría cualquier inconveniente con declarar el papa, al tiempo de la ceremonia, que se entendiese por parte española en perjuicio de su rey.

Pero el embajador español Francisco de Vargas, en dos ocasiones más, le insistió al papa que los duques de Vendôme venían no por religión, sino por miedo. Los acusó de ser la cabeza de secta luterana y que en nada debía sufrir la reputación del rey de España, por lo que debiera bastar con recibir Pedro Labrit de Navarra de forma privada, solo con la presencia de algunos cardenales y sin admitirle en público, así que mucho menos en sala de reyes. Este desde el inicio continúo toma y daca, de demandas y repuestas, causaron cierta antipatía hacia el español por parte del sumo pontífice.

Ante la nefasta actuación diplomática para los intereses españoles por parte de Francisco de Vargas, el conde de Tendilla, embajador extraordinario español en la Santa Sede, mostró un carácter más comprensivo, no viendo tantos inconvenientes. A su juicio y en consonancia con otras de las malignas cualidades imperiales españolas, el menosprecio y la censura, tal vez fuera mejor no tratar de ello, ignóralo en definitiva, pues viniendo el papa desde el principio el asunto, como le convenía en que no los llama reyes ni aceptaría la obediencia de Nabarra-Bearno, sino de lo que los duques de Vendôme poseían. Los otros puntos no eran de substancia, además el lugar no importaba., pues ya con antelación histórica los sumos pontífices, cuando querían honrar a algunos nobles permitían que éstos les prestasen obediencia en sala de reyes aunque no eran reyes. De esto había dos ejemplos llevados a cabo poco antes, la señoría de Venecia y el duque de Florencia. El que les llamase reyes su embajador, Pedro Labrit de Navarra, no le otorgaba derecho alguno de serlo para el embajador extraordinario español.

A pesar de la firme oposición del español Francisco de Vargas, el papa desde un principio siempre se mostró predispuesto a recibir al emisario del Reino de Nabarra-Bearno en pleno consistorio, como a los demás embajadores, pero tuvo un momento de vacile cuando supo por parte del nuncio en Paris, que el hecho no agradaría al rey de France. Este nuevo golpe para la causa legitimista nabarra  llegó promovido por la casa francesa de los Guisa, que por aquel entonces disfrutaban del favor de su rey François II de France.

Ante tal presión antinabarra promovida desde los Reinos de España y de France, el papa Pio IV propuso a Pedro Labrit de Navarra que se contentase con una recepción privada. Pero el embajador nabarro desplegó todas sus habilidades diplomáticas y pese a la oposición de los españoles y de los franceses, logró triunfar en la indecisión que tuvo el papa. En consecuencia el consistorio fijó para el 14 de diciembre del año 1560 el juramento de los reyes de Nabarra-Bearno en la sala Regia.

Momentos antes del acto, el papa volvió a titubear e indicó al embajador francés Philippe Babou la conveniencia de proceder para la ceremonia en otra sala, tomando por escusa  el frío y el mal tiempo. Dicho embajador, que había recibido nuevas órdenes, comunicó en su propio nombre y en el de Pedro Labrit de Navarra, su rechazó enérgico ante aquel frívolo pretexto, exigiendo de Pio IV el cumplimiento de su promesa al embajador del Reino de Nabarra-Bearno.

Finalmente ante la presentación documental con la importantísima noticia de la anulación de unas bulas falsarias realizadas ad doc por el rey español Fernando II de Argón desde su Cancillería, mediante la reintegración del Reino de Nabarra a sus reyes privativos Catalina de Foix y Juan de Albret por parte del papa Julio II, influyó supremamente a su sucesor el papa Pio III, predisponiéndolo para que finalmente recibiera la obediencia de los presentes y legítimos reyes de Nabarra Juana de Albret y Antoine de Bourbon, celebrándose el acto formal en el consistorio con la solemnidad obligada y acostumbrada.

Pedro Labrit de Navarra finalmente rindió homenaje al Santo Padre en nombre de los reyes de Nabarra-Bearno, pronunciando en latín un brillante discurso. Dicho alegato fue preparado por el famoso humanista occitano Marc-Antoine Murèth. Le contestó en nombre de la Santa Sede el canciller pontificio Florebellius. De éste acto se formó un proceso formal que fue firmado y legitimado por todos los cardenales, ante la ausencia del ministro y embajador español Francisco de Vargas.

Pedro Labrit de Navarra consiguió que desde aquel momento los reyes de Nabarra-Bearno, fueran equiparados en la cancillería pontificia en igualdad al resto de soberanos europeos.

Los Estados Pontificios actuaron en consonancia y enviaron un cardenal legado a los reyes de Nabarra. Sesenta embajadores protestantes de Deutschland, Flandes, England y de muchas partes del Reino de France, suplicaron a los reyes de Nabarra para que no aceptasen al legado pontificio, a la vez de que no rehusase respaldar a los protestantes.

Los reyes de Nabarra admitieron en todo y por todo al legado pontificio en nombre de la Sede Apostólica. Esto fue debido por la gran diligencia de Pedro Labrit de Navarra y otros católicos. Pero de facto, no sólo le fue dada la obligada obediencia al legado del papa, sino que se otorgó licencia a todos los embajadores protestantes.

Pedro Labrit de Navarra pensaba pedirles a los reyes de Nabarra que le relevaran de la embajada en Roma, para acreditarlo nuevamente como embajador en la Corte española. Su intención era  la de comportarse adecuadamente con el Felipe II de España y así buscar la pensión que el español le había prometido. Bien con el obispado de Sigüenza o cualquier otro que estuviera vacante en ese momento, como compensación al priorato de Orreaga-Roncesvalles. Eso sí, sin desatender sus obligaciones como diplomático del Reino de Nabarra-Bearno.

A comienzos del año 1561, tras su éxito en Roma, Pedro Labrit de Navarra escribió una nueva carta al rey de España, donde da fe del logro diplomático nabarro y del interés de la Santa Sede en la restitución plena de las tierras vasconas ocupadas por los españoles a sus legítimos reyes Juana de Albret y Antoine de Borbon.

Los reyes de Nabarra pensaron en una mitra como recompensa por la tarea realiza por el estellés en Roma. Con ella premiaban una larga carrera de servicios y lealtad a Nabarra, además de disponer de un instrumento más disciplinado y más eficaz para hacer valer sus reclamaciones en los Estados Pontificios.

En  marzo del año 1561 quedó vacante el obispado de Comenge-Comminges por muerte del cardenal Carlo Caraffa. Inmediatamente, por influencia de los reyes de Nabarra, Pedro Labrit de Navarra fue presentado por el rey Carlos IX de France para ocupar dicha sede episcopal. Esta diócesis era sufragánea o dependiente de Aux y estaba situada en la Gaskoinia-Gascohna-Gascogne. Pero su confirmación por parte del papa era inseparable y necesitó de una nueva embajada, que por segunda vez llevó al capellán estellés hasta Roma.

Heráldica 2: escudo partido. 1º terciado en faja. De gules carbunclo cerrado y pomelado de oro que es de Nabarra. De oro dos vacas de gules puestas en palo, astadas, acollaradas y uñadas de azur que son del Bearno. Cuartelado en cruz 1 y 4 de azur tres flores de lis de oro puestas de dos y uno que trae de France, 2 y 3 de gules pleno que son de Albret. 2º de plata nueve torres de gules puestas en palo (uno, dos, uno, dos, uno, dos) que son de Ganuza con los colores del condado de Comenge-Comminges.

Pedro Labrit de Navarra alcanzó a la Ciudad Eterna en abril del año 1561. Desde el primer instante no tuvo reparo en manifestar cuales eran los objetos de su viaje. Quería obtener del papa que lo admitiera como embajador permanente del Reino de Nabarra-Bearno. Incluso mostró sus pretensiones de pedir la devolución de lo ilegalmente usurpado por los españoles, como recompensa por la actitud católica de los reyes de Nabarra-Bearno.

Ya en Roma el diplomático nabarro se encontró con la situación cambia, logrando los groseros, deshonestos y descorteses enviados del rey Felipe II de España sus propósitos. El enviado español Juán de Ayala había formulado una enérgica protesta, además de entregar al papa un largo memorial sobre sus falsarios derechos al trono navarro.

Así pues, Pedro de Albret encontró en Roma la situación completamente mudada. Por eso su llegada, antes deseada por el papa, le puso ahora a éste en un embarazoso compromiso, procurando desembarazarse mediante una sagaz diplomacia.

Mientras, en el Reino de España, el nuncio papal para el Reino de España y obispo de Terracina Razerta, ofreció un breve pontificio, en el cual se reconoció los [falsarios e ilegales] derechos de la corona española sobre país ocupado, es decir, las tierras vasconas del sur del Pirineo. A su vez, en Roma, se dio a entender que el papa de momento se abstendría de entremeterse en la cuestión nabarra.

Pedro Labrit de Navarra, en lugar de ser admitido como embajador ordinario del Reino de Nabarra-Bearno en la Santa Sede, fue reenviado a la Corte del Estado Pirenaico con un pretexto. Allí se le ordenó hacer esperar a los sus señores una ocasión más favorece y crear el ambiente necesario para la misión de un legado extraordinario. Con el fin de comprar y calmar  al agente de los reyes legítimos de Nabarra, se le concedió en mayo del año 1561 el obispado de Comenge-Comminges libre de tasas.

El secretario de Estado del Vaticano y cardenal Borromeo puso rápidamente en relieve la generosidad del papa con el embajador nabarro, ya que a Pedro Labrit de Navarra le había concedido la iglesia de Comenge-Comminges, con la expedición de las bulas gratis con un valor de más de 4.000 escudos. Añadió que además su Santidad había escrito una carta al duque de Vendôme y rey de Nabarra. También puso de manifiesto que el papa había conversado largamente con el nuevo obispo de muchas cosas concernientes a la religión, informándole de cuanto convenía, de manera que se podía esperar que hiciera mucho fruto.

El obispo electo de Comenge-Comminges partió de Roma a fines de mayo y tomó posesión de su iglesia por medio de un procurador en junio del mismo año. Su escudo de armas tenía un letrero con esta inscripción: Ubi magis, ibi minus.

Pedro Labrit de Navarra se presentó en la Corte francesa para notificar su nombramiento para el obispado de Comenge-Comminges y prestar juramento al rey de France por el cargo. Pero no fue creído por el nuncio residente en Paris hasta que éste último recibió una carta del nuevo legado papal, el cardenal de Ferrara Ippolito II d’Este.

Desde el primer instante en su promoción a obispo, Pedro Labrit de Navarra comenzó a mostrar un más que claro alejamiento de las cuestiones políticas, para consagrarse en cuerpo y alma a sus deberes episcopales. Pero en julio y por mandato del rey de Nabarra, el obispo de Comenge-Comminges volvió a Roma. Las instrucciones que llevaba el embajador nabarro eran las misma, la restitución plena de lo ilegalmente usurpado por los españoles. El secretario de Estado para el Vaticano afirmó:

“(…) Cuando comparezca el electo de Comminges y el otro que el rey [de Nabarra] manda, su Santidad no dejará de abrazar verdaderamente su negocio con el rey católico [de Nabarra] y ayudarle en lo que pueda, con tal que vea con efecto que él va sin simulación al verdadero camino de proteger la religión católica. (…)”

El obispo Pedro Labrit de Navarra comunicó lo acaecido en Roma al rey de Nabarra Antoine de Bourbon. Este cambió su actitud inicial en lo concerniente a la legítima devolución de lo ocupado por los españoles y se empeñó ahora en conseguir una recompensa por ello.

Por ello sustituyó en el cargo de embajador del Reino de Nabarra-Bearno al obispo Pedro Labrit de Navarra, acreditando a continuación a un nuevo embajador, de índole totalmente personal, en la corte pontificia. Este fue un gentilhombre francés y conde de Escars François de Pérusse des Cars, teniendo como mandato un doble objetivo. En primer lugar tenía que obtener que el papa mediase con el rey de España, a quien Antoine de Bourbon había destinado otra embajada, a fin de que se le diese por parte española de una compensación por lo usurpado al sur del Pirineo. Y en segundo lugar, para que el señor de Escars quedase en Roma como embajador permanente y fuese aceptado como tal. La oposición española no se hizo esperar a lo que el papa les comunicó que era justo y conveniente hacer entretener al duque de Vendôme con baldías palabras para no acabarlo de desesperar, sellando definitivamente con ello, la traición a los nabarros por parte de la República Romana, Apostólica y Católica.

A su vuelta a su obispado, tuvo conocimiento de que se estaba celebrando el coloquio de Poissy y a él asistió Pedro Labrit de Navarra. El embajador español que se encontraba presente, el severo Chantonay, observó que el estellés era un católico muy entero y que cumplía con su deber en aquella junta de obispos. Como buen nabarro, el obispo de Comenge-Comminges decía las cosas como las sentía y sin temor ni respeto humano. Cantaba las cuarenta a los más altos interlocutores de la Corte francesa, de manera que, a pesar de lo poco que conseguía, no dejaban de temer sus reprensiones.

El catolicismo a ultranza que tuvo el obispo Pedro Labrit de Navarra, expresado en su total intransigencia en materia religiosa, le excitó el odio del cardenal Odet de Chatillon, del almirante Coligny y especialmente de sus soberanos naturales, los reyes de Nabarra. El rey consorte de Nabarra Antoine de Bourbon, lo maltrató y le retuvo dos tercios de las rentas episcopales,  escudándose en que el estellés no poseía el obispado más que en encomienda para el hijo bastardo del propio duque de Vendôme. Llegó incluso a exigir al obispo nabarro que firmara una delegación irrevocable, que diera poder absoluto incluido en el nombramiento de los administradores del obispado, no solo en lo temporal, sino también en lo espiritual.

A tales atropellos respondió Pedro Labrit de Navarra amenazando al rey de Nabarra con trasladarse al valle de Aran, territorio español pero perteneciente en lo eclesiástico a la diócesis de Comenge-Comminges, y pedir al rey Felipe II de España una compensación, si no se le permitía gozar del obispado. Incluso para llevar a cabo su plan con mejor título y mayor seguridad personal, quiso hacerse enviar como embajador francés a Madrid en sustitución del obispo de Auxerre.

Al obispo de Comenge-Comminges le dio mucho ánimo cierto discurso del papa. Pio IV le había informado que si el duque Vendôme se hacía calvinista, lo excomulgaría y le privaría del título de rey de Nabarra, al igual que a la reina Juana III de Nabarra. Y que tras ello se lo daría, no al rey Felipe II de España, sino al pariente más cercano. Y el más cercano estaba el propio Pedro Labrit de Navarra, como hijo natural o bastardo del rey de Nabarra Juan de Albret.

En este ambiente, donde había algo más que tiranteces entre los reyes de Nabarra y su súbdito Pedro Labrit de Navarra, el obispo de Comenge-Comminges, junto a una capitanía de hombres de armas, sus criados y varias cabalgaduras, se encaminó a la Corte española haciendo una escala en Lizarra-Estella. Su estancia en Lizarraldea se prolongó por espacio de veintidós días. Comieron en casa de Remiro de Oco, pero fue Diego de Gabiria, a su propia costa, quien preparó la comida para todos, gastándose 66 ducados. Finalmente tras esos días volvió a su obispado.

En noviembre del mismo año figuraba el penúltimo lugar de una lista con los prelados escogidos para ir al concilio de Trento de parte del reino de France. Pero de momento el viaje quedó congelado.

Ya en el año 1562 el obispo acompañado por el canónigo Pedro Verges, repitió el viaje pasando a través de grandes nieves por Viella en el valle de Aran hasta Lizarra-Estella. Diego de Gabiria llevó la tapicería, los cofres y la recámara. Tras treinta y siete días de marcha, cuando llegaron a Lizarra-Estella se encontraron con las puertas de la ciudad a orillas del Ega cerradas a cal y canto, porque había peste en el punto de partida. Tuvieron que refugiarse unos días en un cerrado de Diego de Gabiria, el cual gastó 24 ducados más con los criados y las cabalgaduras. En esta ocasión el obispo de Comenge-Comminges regaló a la iglesia de San Juan de Lizarra-Estella un frontal y unos ornamentos.

De regreso a su diócesis recibió el mandato de acudir al concilio de Trento.  El 18 de junio del año 1563 se encontraba ya en Trento. Su paso por el concilio fue muy fugaz y apenas dejó huella. El 12 de julio del año 1563 tuvo su primera y última intervención. Se discutían los abusos referentes al sacramento del Orden y Pedro Labrit de Navarra dijo que sobre ellos daría su voto por escrito al secretario. Tres días más tarde firmó en latín en la sesión XXIII de esta manera: Petrus Alebretus, episcopus Convenarum, hispanus.

En el concilio el obispo de Comenge-Comminges tuvo notificación de se trataba desde el Vaticano de privar a la reina de Nabarra y a sus hijos de sus legítimos títulos reales y nobiliarios y de ser excomulgados.

También mientras Pedro Labrit de Navarra estaba en el concilio,  el rey de France publicó un edicto para la venta de una parte de los bienes temporales del clero, para  hacer frente al pago de los gastos de las primeras guerras civiles en su Reino. Varios obispos reunidos en Trento protestaron contra los proyectos del rey Carlos IX de France e intentaron impedir su realización. Pedro Labrit de Navarra rehusó tomar partido con ellos contra el soberano francés. El 25 de septiembre del año 1563 notificó por carta a la reina madre de France Catalina de Medici, que partía de Trento para no intervenir con ellos contra su hijo el rey de los franceses, considerando la ingratitud de aquellos obispos y prelados que habían recibido todos sus bienes de manos del rey francés. El obispo de Comenge-Comminges se mostró dispuesto a entregar al servicio del soberano francés lo temporal, lo espiritual y hasta su propia vida si fuera menester.

Todavía estando en el Concilio el estellés por mandato del rey de France, su sobrina la reina Juana III de Nabarra libró contra el obispo de Comenge-Comminges una tremenda persecución. La reina de Nabarra hizo secuestrar todas las rentas de un año de su obispado, todas las deudas que se le debían e incluso sus casas, herrerías, muebles y provisiones. Criados de Juana III de Nabarra, protestantes como ella, ocuparon su diócesis. No contenta con eso, procuró que tres ministros calvinistas, valiéndose de testigos falsos de la misma secta, le formaran un proceso con el intento de privarle de la mitra, como había sucedido con otros muchos obispos de Gaskoinia-Gasconha-Gascogne.

El pretexto esgrimido por la reina Juana III de Nabarra fue la negativa de su tío, Pedro Labrit de Navarra, a pagar una pensión que la Corte francesa exigía de su mitra para el bastardo de Vendôme. Antoine de Bourbon había pedido al obispo natural de Lizarra-Estella parte de las rentas episcopales para un inmueble. En su día el estellés no supo negarle y así le dio 10.000 libras. Pero una vez muerto el duque de Vendôme el 17 de noviembre del año 1562, se creyó liberado de todo compromiso, toda vez que ni las letras de exposición, ni las bulas, le obligaban a nada. Por eso rehusó constantemente indemnizar con una pensión que carecía de todo fundamento legal.

Pero ciertamente el verdadero motivo de la persecución era otro o al menos eso comunicó el obispo de Comenge-Comminges al embajador español extraordinario en la Corte de Paris, Francés de Álava. Pedro Labrit de Navarra le expresó que su sobrina habría pretendido hacerle de su secta, y que le diese una plaza fuerte que tenía en su obispado. Además tendría la obligación  de permitir predicar en su diócesis la doctrina calvinista. Esto era totalmente inconcebible para el ultracatólico estellés, el cual perdería la vida antes de consentir dicho dogma contrario a la República Romana, Católica y Apostólica.

El obispo estellés solicitó inconscientemente la protección del rey Felipe II de España, en una entrevista celebrada en Monzón. Por cartas patentes, intimadas a sus vicarios, el soberano español le había ordenado que se presentase ante él el 15 de octubre de ese año, so pena de privación de la parte de la diócesis que el obispado de Comenge-Comminges tenía en el valle de Aran. El obispo Pedro de Navarra suplicó a la reina madre de France que le permitiese entrevistarse con el rey español Felipe II, para así no perder la parte  que el obispado tenía en el valle de Aran, ni la jurisdicción que allí ejercía en nombre de France.

Pero ni españoles, ni franceses hicieron algo en favor de Pedro Labrit de Navarra, sino que en realidad el asunto fue empeorando. Por ello instó nuevamente a la reina de Nabarra para que ordenase que le dejasen vivir en paz en su diócesis, le restituyesen todo lo que le habían robado y no se procediese contra él por vías indirectas para privarle de su iglesia y de sus bienes. Pero la reina Juana III de Nabarra endureció aún más la persecución hacia su tío, llegando a procurar apresar y matar a Pedro Labrit de Navarra.

Es entonces y en busca de esconder su verdadero interés de invadir la Nabarra libre y ocuparla militarmente hasta el río Garona, algo que ambicionaba el rey español desde el fracasado intento del secuestro del rey de Nabarra Antoine de Bourbon llevado a cabo en el año 1561, cuando el rey Felipe II de España aprovechando la situación, muestra una fingida indignación por tal injusticia hacia el obispo de Comenges-Comminges, escribiendo a la regente de France, Catalina de Medici, y a su embajador en Paris, en su habitual tono amenazante. En dicha misiva decía que si no se reponía a Pedro Labrit de Navarra su condado, sus rentas, casas, dineros, herrerías y muebles que le habían robado; que si además no se le dejaba vivir pacíficamente en casa; y si para colmo la princesa del Bearno no le daba los alimentos que le concernían como hijo natural del rey de Nabarra  Juan de Albret que era, él, Felipe II de España, le proporcionaría al instante otro tanto en el principado de Anguien.

Pedro Labrit de Navarra estaba dispuesto a pasar de lo denominado alimentos, pero este punto inquietó en grado sumo a la reina Juana III de Nabarra. Por ello inmediatamente consultó a una junta de letrados en Tolosa-Toulouse, para saber si efectivamente su tío tenía derecho a los alimentos y a la sucesión en la Corona de Nabarra. En cuanto a lo primero los letrados fueron del parecer que no se le podía negar. Respecto de la sucesión, le respondieron que si los hijos de la princesa eran bastardos y sus parientes herejes, el derecho que poseía Pedro Labrit de Navarra era el mejor.

Entonces Juana III de Nabarra cambió de estrategia. Con blandas y dulces palabras trató de convencer a su tío que se retirara con ella, amenazándole de lo contrario con la pérdida de la dignidad y de la vida. Pedro Labrit de Navarra, tan terco como su sobrina, le replicó que jamás confiaría en su palabra, ni que iría a su presencia ni daría fe alguna a quien había negado a Dios y a su religión.

Esta respuesta irritó a la reina de Nabarra. Montada en cólera envió al Reino de España al barón de Larboust con ciertos propósitos secretos. Entre otros, el de procurar que el rey español Felipe II, dejase de proteger a Pedro Labrit de Navarra. Para conseguir sus propósitos, el emisario de la reina de Nabarra debía informar al rey de España, que la princesa había moderado en sus audaces descaros.

Pero mientras el emisario se encontraba de camino, Juana III de Nabarra irrumpió violentamente en la iglesia de Sant Gaudens, una de las principales villas del obispado de Comenge-Comminges, resultando muertas tres personas que oían misa, y otras heridas.

Con todo esto la situación fue empeorando progresivamente. Francés de Álava embajador español en France, comunicó ya en el año 1565 a su rey Felipe II de España, que definitivamente ambicionaban quitar a Pedro Labrit de Navarra su obispado, pese a que él lo merecía, porque era impertinentísimo, siendo esto algo muy bueno para los intereses políticos del Reino de España.

Ante tal situación provocada por el fanatismo religioso de su sobrina y de él mismo, Pedro Labrit de Navarra decidió pasarse al Reino de España con propósito de renunciar a su mitra. Entonces fue la reina Juana III de Nabarra la que reculó accediendo a las reclamaciones de su tío, el obispo de Comenge-Comminges, entregándole a Pedro Labrit de Navarra seis pensiones de 4.000 ducados y 5.000 ducados. También la reina de Nabarra instó a Pedro Labrit de Navarra a no retirarse del obispado hasta encontrar a un sustituto.

Pedro Labrit de Navarra, como era natural, escogió la ciudad del Ega para pasar tranquilamente sus últimos días de su vida. En Lizarra-Estella estaba su familia, como sus dos hermanos uterinos, Juan y Diego de Gabiria, los hijos e hijas de estos y más.

Tras completar con los requerimientos pedidos por la reina Juana III de Nabarra, en lo relativo a su sucesor en el obispo, llegó a su ciudad natal en el año 1567. Su obra Diálogos subtiles y notables, fue impresa ese mismo año en Zaragoza bajo el pseudónimo de Pedro de Navarra.

Pedro Labrit de Navarra falleció ese mismo año coincidiendo con fiesta de San Agustín. Conforme a sus últimos deseos, fue enterrado junto al altar de nuestra Señora del Puy, pared con pared con las gradas del altar mayor de la iglesia parroquial de San Juan de Lizarra-Estella.

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©NABARTZALE BILDUMA 2011

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