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2011/08/20

La Iglesia Católica y Nabarra

La Iglesia Católica y Nabarra
Iñigo Saldise Alda

“… del Nabarrismo se reirán un día las futuras generaciones.” El Papa Clemente VIII

La Iglesia Católica sigue realizando a día de hoy un continuado saqueo sobre el patrimonio de los pueblos nabarros, apropiándose ilegalmente mediante un proceso de privatización, el cual está siendo amparado por la jurisprudencia española, de diferentes iglesias, ermitas, casas, tierras y otros bienes públicos de los pueblos y ciudades de la actual Nabarra residual. Las cifras que conocemos sobre dicho expolio son alarmantes, creciendo año tras año. Unos robos llevados a cabo por la imperial Iglesia Católica con la necesaria complicidad española, según nos informa casi diariamente la Plataforma de la Defensa del Patrimonio Navarro. Está claro, visto lo visto, que el Reino de España paga bien su compromisos negociados a lo largo de la historia con su más y siempre fiel aliada, la imperial Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Para saber de dónde viene dicha unión o alianza anti-nabarra, debemos remontarnos a la primavera del año 824, cuando los vascones independientes o nabarros crean el Reino de Pamplona tras alzar sobre el pavés a su mejor líder militar, Eneko Aritza, y titularlo así como rey ante las continuas amenazas bélicas provenientes de francos y árabes, que ponían en serio peligro la existencia del Pueblo más antiguo de Europa. Pese a ser un Estado cristiano, los primeros reyes de Pamplona o Nabarra, no dudaron en aliarse con los Banu Qasi, vascones estos musulmanizados que vivían en torno a la ciudad de Tutera, que no dudaron en mostrar el apoyo necesario para la formación del Reino o Estado vascón, todo ello, para combatir unidos al poder central del emirato musulmán cordobés y al afán expansionista del Imperio Carolingio, al cual el jefe de la Iglesia Católica o Papa, León X, en el año 800 le había otorgado el título de Protector de la Cristiandad.

La relación existente en los primeros tres siglos entre la Iglesia Católica y el Reino de Pamplona(-Nájera) y Aragón, realmente se la puede considerar como buena y fluida, potenciándose la tendencia pre-romana con los reyes nabarros Sancho V y Pedro I. Pero no es hasta el reinado de Alfonso I el Batallador cuando el Reino nabarro alcanza al fin su mayor esplendor teniendo a su control toda Baskonia, gracias a incrementar de una manera bastante considerable, la relación existente hasta entonces entre la dinastía vascona que gobernaba Nabarra y el Papa o emperador católico de Roma. Pero también durante este reinado, Iruñea volvía a ser la sede más importante del Estado vascón y su obispo se vincula directamente con el rey de Pamplona y Aragón, facilitando con dicho gesto una renovación importante en los altos cargos eclesiásticos existentes en la totalidad de Baskonia-Nabarra, lo que a la postre significaría el comienzo del deterioro en las hasta entonces buenas relaciones que se mantenía entre el Estado nabarro y el heredero de San Pedro, el Papa o Jefe máximo de la Cristiandad Católica.

Tras la muerte de Alfonso I el Batallador, su extraño testamento trajo duras consecuencias para el Estado de los nabarros. En su última voluntad, el rey vascón de Pamplona y Aragón, entregó los Reinos de Pamplona y Aragón a tres órdenes militares cristianas. Estas eran la del Santo Sepulcro, la de San Juan de Jerusalén y la del Temple. La nobleza nabarra se opuso y eligió como rey a García Ramírez el Restaurador, con la clara misión de reponer la monarquía vascona en los Reinos de Pamplona y Aragón; pero la intrusión del Maestre de la Orden del Temple y conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV al proponer a Ramiro el Monje, el cual tenía la idea de crear un Estado Teocrático en Nabarra al estilo del Papado, contó con el inestimable apoyo del autotitulado emperador Alfonso VII de León y Castilla, siendo por tanto Ramiro el mejor candidato al trono de Pamplona y Aragón para el Papa o emperador de Roma, lo que finalmente provocaría la división definitiva del antiguo condado vascón de Aragón del resto del Estado nabarro.

El Papa Benedicto IX, se negó a reconocer a García Ramírez como rey, otorgándole únicamente el título de dux, lo que facilitaba las pretensiones invasores de los Reinos cristianos vecinos de los nabarros, provocando así un continuo desmembramiento territorial del Estado vascón a lo largo del siglo XII. Sancho VI el Sabio, tampoco fue reconocido como rey por San León IX, lo que obligó al monarca vascón, entre otras muchas cosas, a cambiar el nombre del Reino de Pamplona por Nabarra, ya conocido y utilizado desde los tiempos de Sancho I. La Iglesia Católica tardó más de setenta años en reconocer el título de rey a los príncipes nabarros y para entonces, los Reinos de Castilla-León, Inglaterra, Aragón y Francia, ya habían comenzado a dar muestras de su desmesurado apetito imperial, invadido y ocupado ilegalmente numerosas tierras nabarras, sometiendo a continuación a los naturales del País y dando comienzo la colonización con asentamientos del ejército invasor, significando ello una importante herida para la soberanía de Nabarra.

En el año 1212 vuelven las continuas amenazadas de excomunión y una nueva retirada del título de rey de Nabarra desde la jefatura de la Iglesia Católica. El Papa Inocencio III facilitaría así nuevas invasiones de los hostiles vecinos que siempre han tenido los nabarros, por ello, el monarca vascón Sancho VII el Fuerte, se ve obligado a luchar en la batalla de Las Navas de Tolosa, junto al mayor enemigo histórico de los nabarros, el rey de Castilla, Alfonso VIII, que en el año 1199 había invadido y ocupado la parte occidental y marítima del Estado vascón. Por el contrario la jefatura Católica es comprensiva con el rey de León, el cual también se negaba a asistir junto al resto de “aliados” cristianos contra los musulmanes y que gracias Sancho VII de Nabarra, los cristianos finalmente lograron una importantísima victoria, la cual sirvió para cambiar decisivamente la balanza del poder religioso en la Península Ibérica, pero que no sirvió para que desde la Iglesia Católica se instara al Reino de Castilla a desalojar y devolver las tierras ocupadas ilícitamente al Reino de Nabarra.

Hasta la invasión y ocupación española del año 1512, las relaciones entre la Iglesia Católica y los nabarros, se puede afirmar que se fueron estabilizando, siendo estas más o menos cordiales. El Reino de Nabarra participó activamente en varias cruzadas contra los musulmanes junto a otros Estados europeos, entre ellos el Reino de Francia, además de asistir a los diferentes concilios organizados por orden del jefe de la Iglesia Católica o Papa. Es en mayo del año 1512, ante la incipiente amenaza militar proveniente del autotitulado rey de España, Fernando II de Aragón, conocido por nosotros los nabarros como el Falsario, cuando la neutral Nabarra mediante su Consejo Real, requiere el Pase o exequáter de las Bulas Pontificias por el Consejo, al estar el Reino de Nabarra totalmente asentado en el espacio de las Naciones Europeas. Esta petición realizada por parte de los nabarros nunca fue atendida por el Papa Julio II, emperador de Roma y aliado acérrimo del maquiavélico Fernando de España.

Para facilitar las ansias invasoras de Fernando de España, el 21 de julio del año 1521, aparece la Bula Pastor ille celestis, falseada esta, donde no se nombra a los monarcas nabarros, Catalina I de Foix y Juan III de Albret, pero en cambio, si se refiere a cierto veneno de herejía que afectaba a los cántabros y nabarros, lo que no justificaba, ni de lejos, la invasión y ocupación del Reino de Nabarra por parte española. El voraz e insaciable apetito imperial del rey de España, Fernando el Falsario, hace que desde la Cancillería de Aragón se falsifique una segunda Bula ese mismo año y que lleva por título Exigit contumatiam, vinculada así al Estado de Nabarra a la condición de colonia española y que ha servido hasta hoy día al Estado español, para justificar toda suerte de atropellos y crímenes realizados por su inquisición, junto a la destrucción de los castillos navarros y la expulsión de la nobleza e intelectualidad humanista del territorio ocupado por soldados españoles, extranjeros en la tierra de Baskonia. La tercer Bula, etsi obstinati, también falsificada ante la complicidad pasiva de la Iglesia Católica, es ya una clara condenación de los reyes nabarros, Catalina I de Foix y Juan III de Albret.

A pesar de que el jefe de la Iglesia Católica, el Papa Julio II, sólo proclamó la bula contra Luís XII de Francia, Universis Santae Matris Ecclesiae, y que las otras tres serían falsificadas por orden expresa del rey de España, Fernando el Falsario, la Iglesia Católica nunca se ha posicionado frontalmente contra la falsa historiografía española, mediante la cual los españoles defienden sus supuestos derechos de conquista basados en la Bula Exigit contumatiam, siendo precisamente esta la que sirvió para asentar realmente la ocupación militar española en el Estado de Nabarra. En ella se dispensaba a los nabarros bajo pena de excomunión, de continuar obedeciendo a sus legítimos y privativos reyes, Catalina I y Juan III, a quienes habían jurado "por Fuero Sacrosanto ancestral" lealtad, nunca jamás hasta entonces violado de manera unilateral. Con ella, el rey de España condenaba personalmente a los reyes de Nabarra, Catalina y Juan, más a todos los nabarros que masivamente les defendían, por lo que el Estado de España no dudó en imponer en esta tierra, su horrenda ley de excepción, la cual arruinó la evolución claramente humanista existente desde los tiempos del príncipe Carlos de Biana. Una imposición que buscaba el sometimiento y la subordinación del Pueblo-Nación de Nabarra y que devastó brutalmente nuestro territorio, al menos aquel situado al sur del Pirineo.

El Papa León X, sustituyó a Julio II como emperador de la cristiandad católica, siendo también un leal escudero para los intereses españoles en el recientemente ocupado Reino de Nabarra. Catalina I y Juan III de Albret, reyes de Nabarra, enviaron innumerables delegaciones a Roma, sede de la Iglesia Católica, las cuales en muchos casos ni siquiera llegaron a ser recibidas por el mayor aliado que han contado los españoles en su ilegal acción contra el Reino de Nabarra. El ascenso al trono del Estado de Nabarra de Enrique II el Sangüesino, significó una mayor reivindicación por parte de los nabarros hacia el emperador católico de Roma. León X debía obligar al Reino de España a retirarse de las tierras ocupadas por su ejército al sur del Pirineo, pero León X, siguiendo con la mayor infamia y tradición católica a los nabarros, dio la espaldaa Enrique II de Nabarra. En diciembre del año 1521 moría León X sin haber hecho nunca nada en favor los nabarros, después de que las tropas españolas hubieran invadido y ocupado de nuevo el Reino de Nabarra, tras derrotar y matar a más de 5000 nabarros en las campas de Noain-Ezkirotz-Barbatain.

Por primera y última vez hasta el día de hoy tras la ilegal invasión por parte española del Estado de Nabarra, un Jefe de la Iglesia Católica se postulaba a favor de la causa de los nabarros. Este fue el Papa Adriano VI, pero su repentina y extraña muerte en septiembre del año 1523, provocó que en Nabarra se celebraran funerales por su defunción. Esto fue aprovechado de nuevo por los españoles, los cuales impidieron el nombramiento de nabarros para altos cargos en la jerarquía eclesiástica en la Nabarra ocupada. Roma miraba a otro lado y volvía a ser así el silencioso y mayor aliado de los españoles, principales enemigos de los nabarros.

La llega al trono católico de Clemente VII realmente fue una mala noticia para los
nabarros. Enrique II de Albret fue hecho prisionero en la batalla de Pavía por las tropas imperiales de Carlos I de España y V de Alemania, junto a su amigo el rey de Francia. Tras la fuga del nabarro, este se casa con la hermana de Francisco I de Francia, Margarita de Angulema, quien se encarga de potenciar el humanismo en la Corte de Nabarra, algo que realmente aborrecía Clemente VII, el cual a pesar de estar prisionero del emperador español Carlos I desde el año 1527, fue cómplice activo en las decisiones de su captor, incluidas las que iban en contra de los nabarros, que soportaron en dicho periodo la incansable y brutal caza de brujas por parte de la inquisición española. Pablo III, tras la muerte en el año 1534 de Clemente VII, toma las riendas del imperio católico. En un principio se posiciona con el Reino de Francia, provocando un ligero enfrentamiento con el Reino de España. Pese a ello, los nabarros no consiguen ningún avance diplomático en sus reclamaciones políticas, principalmente en las concernientes a la materia territorial o geopolítica. Solo se consigue la anulación del primer matrimonio de la princesa de Biana, Juana. La política anti-humanista del Papa, le enfrenta de lleno contra el Nabarrismo incipiente de esa Corte de Pau, en la Nabarra soberana y a su vez, le lleva a aprobar reiteradamente el voraz apetito colonialista llevado a cabo por los invasores españoles en las tierras nabarras ocupadas y sojuzgadas del sur del Pirineo.

Tras su muerte toma el control del imperio cristiano el Papa Julio III. Durante sus cinco años de reinado no atiende ninguna reclamación proveniente del Estado soberano de Nabarra, ya que estaba centrado en el concilio de Trento impulsado por su predecesor. Marcelo II apenas tuvo tiempo de atender alguna reclamación nabarra, ya que no ostentó el cargo de Jefe de la Iglesia Católica ni siquiera un mes. En cambio, el viejo y colérico Pablo IV, tras ponerse al mando del imperio católico de Roma en mayo del año 1555, pondera el denominado Reino del Terror con el cual pretende combatir las reformas protestantes de Lutero y Calvino. El Nabarrismo es un enemigo más al que combatir debido a la “rebeldía” de los nabarros. Su carácter impulsivo le llevó incluso a realizar un boceto donde planteaba entregar la Nabarra soberana del norte del Pirineo a la monarquía católica española.

En diciembre del año 1559, la Corona del Vaticano recae en Pío IV, el cual comienza una política de presión sobre Felipe II de España para buscar la resolución definitiva a la legitimidad de los reyes privativos de Nabarra. Pedro de Albret llevó a Roma la carta de adhesión al nuevo Papa firmada por la mismísima reina de Nabarra Juana III de Albret y su marido Antonio I de Borbón. Pedro de Albert había sido elegido como el encargado de realizar las negociaciones pertinentes, con las cuales se restituirían al Reino Soberano de Nabarra las tierras ocupadas por las tropas españolas. En enero del año 1561, el jefe de la Iglesia Católica nombra a los reyes de Nabarra legítimos soberanos para todos los territorios de Baskonia, incluida las tierras ocupadas y devastadas por las tropas españolas y la inquisición. Pero, el Estado de España reacciona, presiona y se interpone con falsedades y promesas en la resolución del conflicto. Roma entonces rechaza a todas las delegaciones provenientes del Estado de Nabarra. El emperador de Roma traiciona el juramento dado a los nabarros, lo que provoca la entrada definitiva del Nabarrismo religioso en el Reino Pirenaico, contando este con una base calvinista, pero con gran semejanza al Anglicanismo.

Su sucesor el Papa Pío V, gran inquisidor del catolicismo, precisamente en un momento en el cual en el Estado Pirenaico de Nabarra se extendía la tolerancia religiosa y el respeto a las personas y opiniones, coge el relevo de su antecesor. Después de él llegó al trono de Roma, Gregorio XIII. Este emperador católico, tras enterarse del asesinato a manos francesas de la reina Juana III de Nabarra, lo celebró abiertamente y posteriormente tras la matanza de San Bartolomé, ordenó que se cantara Te Deum en las iglesias de Roma. Sus aliados españoles, con su rey Felipe II al frente, también lo celebraron por todo lo alto. El nuevo emperador católico romano, Sixto V, se alió de nuevo con el Reino de España. Por ello instó a la invasión de Inglaterra y de pasó, incentivado por su odio al humanismo nabarro, condenó y excomulgó por hereje a Enrique III de Nabarra. Sixto V realizó la condenación más clara que se ha realizado desde estado Pontificio contra el Nabarrismo, mediante una Bula que obligó firmar a 25 cardenales cristianos, católicos, apostólicos y romanos.

Urbano VII, Gregorio XIV e Inocencio IX, apenas pudieron hacer daño a los nabarros, aunque intentaron incluir al Nabarrismo dentro de la Reforma. Sus mandatos en el imperio católico fuero extremadamente cortos, llegando solo a sumar algo más de un año entre los tres. Su sucesor Clemente VIII, retiró la excomunión a Enrique de Borbón y Albret, pero solo como rey de Francia y manteniéndosela como rey de Nabarra, exigiéndole además la imposición de una única doctrina, la católica, para el Reino Pirenaico de Nabarra, manifestando incluso que el edicto de Nantes era obra del mismísimo diablo. Este emperador de Roma, llegó a afirmar lo siguiente:

“(…) del Navarrismo se reirán un día las futuras generaciones.”

León XI, nunca objetivamente llegó a preocuparse de los asuntos de los nabarros, algo que si sucedió con Pablo V, último emperador católico de Roma que se inmiscuyó en los asuntos de los nabarros libres y soberanos. Pablo V llegó a mencionar en uno de sus conclaves, que habría más paz en el mundo si Enrique III de Nabarra y VI de Francia fuera asesinado, algo que finalmente llevó a efecto el ultra-católico jesuita Ravaillac en el año 1610. Tras la muerte de Margarita de Valois, Luís XIII de Francia, sin contar con legitimidad alguna al trono del Reino de Nabarra, invade y ocupa el Estado Pirenaico, el cual para satisfacción de españoles y principalmente del Jefe de la Iglesia Católica, es declarado tras el ilegal Decreto de la Unión de Paris como parte de la Francia católica, completándose así la destrucción del Estado más humanista y libertario existente hasta entonces en toda Europa, cerniéndose desde entonces la oscuridad retrógrada del catolicismo sobre los nabarros, una doctrina que ha facilitado así la colonización de los imperios español y francés del Estado de Nabarra.

En marzo del año 2000, el jefe de la Iglesia Católica, el Papa Juan Pablo II, pidió públicamente perdón por siete errores históricos de su Iglesia, mediante la Bula Incarnationis Mysterium. A día de hoy, con Benedicto XVI como el Jefe de la Iglesia Católica todavía no han pedido desde la Iglesia Católica perdón a los nabarros por la intolerancia, la violencia, los magnicidios de los jefes de Estado nabarros con las guerras de religión como fondo, el abuso de Inquisición española, las excomuniones a los reyes de Nabarra y su leales súbditos, su hostilidad contra la mitología vasc(on)a, su alianza con los Estados que impiden el Derecho primordial de autodeterminación y soberanía de los nabarros y su continua cerrazón cultural y ética mostrada desde la Iglesia Católica.

Por ello realmente, por muy creyentes que haya entre nosotros, a los nabarros no nos vale únicamente con dicho perdón, sino no está cargado de un gran arrepentimiento, pasmado cuando vuestra Iglesia pague la enorme deuda histórico-política que tiene con el Estado de Nabarra. Pero… ¿Cuando la Iglesia Católica pagará la enorme deuda que tiene con los nabarros y su Estado? Probablemente la respuesta sea nunca y por ello debamos atender de nuevo las palabras del gran dramaturgo inglés, William Shakespeare, que nos dijo: El que muere paga todas sus deudas y anhelar la total desaparición de la faz de la tierra a la gran secta de las sectas, por su ambición desmesurada e imperialismo imparable, que ha alcanzado todo su poder mediante la hipocresía, la violencia, la intransigencia, el fanatismo, la intolerancia, el odio, el miedo, el robo, el asesinato, la desconfianza y el terror, que conocemos como Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

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